domingo, 30 de diciembre de 2012

De Fide II.

Sobre la fe II.


Fe: 2. f. Conjunto de creencias de una religión.


«La religión es el opio del pueblo», dijo Marx. Y tengo que darle la razón. No, no me he vuelto marxista, ni socialista, ni comunista... ni anti-católico. Ni loco. O eso creo. Pero si tiene la razón, la tiene. El opio, en el siglo XIX, era una de las principales y más importantes medicinas. Conocido desde la Antigüedad, no era una "cosa nueva" en el mundo. Fue usado como analgésico, sedante y anestésico, es decir, para combatir el dolor. Pero fue en el siglo de Marx cuando se descubrió un nuevo producto, derivado del opio y con mayores y mejores utilidades farmacológicas: La morfina -llamada así en honor a Morfeo, dios griego del sueño-. Este nuevo producto fue indispensable en las guerras que tuvieron lugar a lo largo de todo el diecinueve e incluso llegó a estar presente en las del siglo XX, siendo sus propiedades muy similares a las del opio. Se utilizaba sobre todo para calmar el dolor de las heridas mortales, teniendo así el herido una muerte "suave" y poco dolorosa.

Y al fin y al cabo, en nuestra sociedad, necesitamos opio -sobre todo para escapar de su realidad-. El opio del pueblo. La religión. Creer. Si ya escribí sobre la fe y lo que supone creer, ahora lo hago como la necesidad que tiene la Humanidad de creer. Pues al igual que el opio disminuye el dolor, la fe puede ser igual receta. Esta fe es la que nos hace humanos, es parte de nuestra arkhé y lo que nos diferencia del resto de animales, pues ya desde que el primer Homo salió de excursión, tenía consigo inseguridades, miedos y la necesidad de creer en algo para sentirse amparado y saber que su existencia iba más allá.

Fue Marx uno de los primeros que quiso cargarse a Dios. En una época en la que el liberalismo daba sus primeros pasos, el pensamiento decimonónico pone sus miras en él. Así, surge papi Estado y la sociedad burguesa, los cuales -como buenos progenitores- ofrecen protección, una falsa protección que -ayudándose de las "fuerzas de seguridad"- no es más que un control absoluto y absolutista de cada paso que damos -como bien plasma Loquillo en su canción "La Policía"«[...] quieren confiscarme el alma por ordenador/ más por ignorancia que mala intención;/ quieren saber de mi vida, /quieren cuidar mi salud [...]»-. Y es esta sensación de absoluta seguridad, de que nada malo puede pasarnos, permitiéndonos el lujo de prescindir de Dios -verdadero padre- y su protección.

Y es curiosamente cuando algo malo nos pasa cuando recurrimos al Padre. A la necesidad de que haya alguien ahí para escucharnos y ayudarnos. Cuando volvemos a la verdadera vida y se nos explota la burbuja que el estado de bienestar, el liberalismo y papi Estado han creado entorno a nosotros, cuando volvemos a las faldas "del de ahí arriba", pues necesitamos nuestro chute de opio. Necesitamos desahogarnos con alguien, contarle nuestras miserias, temores y miedos, necesitamos rogarle que por favor interceda en nosotros. Necesitamos ser escuchados y necesitamos de su protección, encomendándonos.

Es justo lo que yo decía en la primera parte de "De Fide", que no hay que estar sólo a las buenas y que es necario un compromiso, sin esperar un milagro repentino, sino ayuda, con paciencia y tiempo. Y que si no llega el resultado inmediatamente, no se pierda esa esperanza.

De esta forma, recurriendo a la fe y esperanza, usamos el opio popular que Marx decía, pues creyendo, esperando y refugiándonos en el espiritualismo, adquirimos la sensación analgésica, sedante y anestésicas del opio en las heridas, solo que esta vez en el ánima.

Es pues el opio la religión del pueblo. No dudes en chutarte.

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